Soledad Pastorutti: "Mi personaje se devora a la cantante"

Casada, con dos hijas y más bonita que nunca, la Sole disfruta a sus 34 de un gran momento de cosecha y madurez. A casi veinte años de sus comienzos, el Tifón de Arequito habla con Rumbos de su eterno amor por Jeremías, su rol como compositora, el éxito ajeno y los desafíos de una artista joven que hace rato tocó las estrellas.

Pasan los años, sin embargo la frescura y la espontaneidad perduran en la personalidad de Soledad Pastorutti, quien aún mantiene los rasgos intactos y esa sonrisa contagiosa de aquella quinceañera que irrumpió en el folclore allá por mediados de los 90. Ya casi veinte años transcurrieron desde su aterrizaje en los festivales de música y la cantante de Arequito dice que no lo puede creer. Hoy a los 34 años, casada y con dos hijos, cuenta que está contenta con su desarrollo y madurez.



“Aproveché el momento y ahora administro mis tiempos de acuerdo a mis necesidades, a las de mis hijas y, también, a las profesionales”, cuenta a Rumbos la Sole, luego de la intensa jornada de grabación de Ecos de mi tierra, el ciclo de música autóctona que conduce por la Televisión Pública los domingos. Acaba de terminar un reportaje grabado y Peteco Carabajal, su entrevistado, la despide con un beso acompañado de un “estás muy guapa”. Es cierto: un vestido color durazno por encima de sus rodillas estiliza la figura de la artista, que hoy prioriza su belleza.

Se nota que te manejás bien como entrevistadora…
Bueno, Peteco Carabajal me la hace fácil. Igual, no me siento entrevistadora, yo soy una gran charleta. Me pongo a hablar y no paro.

El piropo de Peteco refleja un cambio de imagen tuyo muy fuerte…
Hace un tiempo que elegí mostrarme de otra manera. Creo que me gusta ser más mujer… Me veo bien, hago bastante deporte y también me aggiorno a estos tiempos en los medios, donde se muestra más.

¿Te gusta lucirte y mostrarte un poco más?
Y, claro. Fueron muchos años de bombachas de gaucho, botas y poncho. Yo soy una mujer, aunque al principio parecía un muchachito…

Veinte años de tu surgimiento. Es un número más propio a la experiencia de un veterano…
Sí, de no creer. Si bien me siento bárbara, estoy empezando una etapa diferente, de madurez, de disfrute de la música pero desde otro lado. Lo mejor de mí está por llegar.

¿Por qué?

Porque me siento más completa. Estoy en una etapa de plenitud que, creo, se transmitirá en el escenario y en mis futuros discos. Por otra parte, este programa (Ecos de mi tierra) me permitió comprobar que el artista vive su ciclo de esplendor entre los 30 y los 40 años. Yo tengo 34, así que estoy en camino.

¿Cómo recordás a la Soledad de los 16, 18 años?
Como una chica contenta que jugaba cantando folclore y revoleando un poncho.

Hasta que tuviste que profesionalizarte de prepo…
Sí, no me quedó otra. Cuando vi que cada vez me iba a ver más gente, cada vez vendía más discos, tuve que ponerme las pilas y dedicarme a ser cantante, a educarme, aprender a estar arriba del escenario. Pero no fue nada fácil, yo era chica…

¿Te pesó la responsabilidad?
Ufff, una mochila llena de piedras. Pensá que tenía 18 años y mucha gente alrededor que vivía de mi trabajo. Y para mí era un juego, no tenía plena conciencia de todo esto.

Esa inconsciencia te ayudó…
Que no te quepa ninguna duda de que fue así. De haber sido más reflexiva creo que no hubiera llegado. Pero era tal el vértigo y la intensidad, que no había posibilidad de mechar un instante de lucidez…

¿Qué pasaba por tu cabeza?
Que todo lo que estaba viviendo se iba a cortar de un momento a otro, cuando la gente se aburriera de mí.

¿Seguís viviendo en Arequito?
Sí, claro, sólo voy a Buenos Aires cuando tengo que grabar o por alguna otra obligación, sino me quedo en mis pagos. Quiero que mis hijas Antonia (3) y Regina (1) vivan allí, se eduquen en un pueblo y sientan la felicidad que sentí yo creciendo en Arequito. Vivo en las afueras con una yegüita, perros, una huerta… y eso me encanta.

Te han calificado como Tifón, Huracán… ¿Hoy sos una brisa cálida?
Ojalá. ¡Qué brisa cálida! Soy un cohete, ja. Hace poco, con mi amiga la Niña Pastori (cantante española), en una cena y luego de la tercera copa de tinto, me mira y me dice: “Oye, niña, tu eres un cohete… ¿Con qué droga te medicas? ¿Cuántos hijos deberías tener para que te aplaques?”. Claro, ella es agua de tanque y yo sigo siendo un remolino. Si bien mis hijas me bajaron los decibeles un poco, creo que estar en movimiento es mi naturaleza.

Es tu marca registrada…
Creo que siempre llamé la atención por mi forma de ser más que por mi estilo de canto.

¿Por qué suponés eso?
Porque soy una mujer con personalidad, con alegría, soy muy charlatana como verás y vivo a mil…

Y ese combo eclipsa tu música…
Sí, así lo siento.

¿Te conforma?
No, para nada. Quiero cambiarlo. Quisiera llamar la atención por mi canto, porque amo la música. Pero es una lucha brava entre el personaje que soy, y lo asumo, que se devora a la cantante que quiero ser.

¿No gustás como cantante?
No es que no guste, sino que prefieren la otra alternativa.

¿Qué diría un eventual terapeuta?
Que acepte las reglas del juego. Pero me duele un poco, porque este es un año musical, ya que estoy grabando un disco que saldrá en febrero (del que no puedo decir mucho), fui a los Grammy porque Raíz, el disco que hicimos este año con Lila Downs y Niña Pastori, tuvo dos nominaciones, le canté a Serrat el tema “La Saeta” junto con Alejandro Sanz y estoy escribiendo más canciones. ¡Qué más puedo hacer!

¿Hablar menos en el escenario?
No es mala idea, pero no sería yo. ¿Cómo te llevás con los temas que estás componiendo?
Mirá, no soy una buena defensora de mis canciones. De hecho no me gusta y me incomoda presentarme como cantautora. Me hace ruido.

Abel Pintos nos decía que empezar a componer fue un punto de inflexión en su carrera…
Bueno, el tema es que Abel venía componiendo hace mucho tiempo, con bellas letras y melodías que son el fruto de una carrera más normal.

¿Qué quiere decir?
Abel se cultivó, creció y salió al escenario. Yo no pude hacer eso. Salí con las botas puestas y me las tuve que arreglar con lo que había.

¿Creés que el furor que se está viviendo con Abel hoy, es lo que te sucedió a vos cuando te convertiste en el Tifón de Arequito?
Sí, creo que sí. Cada uno en su tiempo hemos vivido nuestros grandes momentos de popularidad. La diferencia, insisto, es que Abel llegó a su punto culminante mucho mejor parado que yo. Tuvo esa claridad y serenidad que yo no tuve.

¿Qué te parece este “boom Abel”?
Se lo merece, es un pibe muy talentoso y ha laburado mucho para llegar a este gran momento.

¿Qué le aporta la maternidad a tu faceta como cantante?
Lucidez, calma, orden. Antes yo vivía en un completo despiole, dormía hasta cualquier hora y ahora no puedo. También dejé de ser el ombligo del mundo, tengo hijas.

¿Qué te queda pendiente en términos artísticos?
Nada. Vendí muchos discos, gané premios, recorrí el país, llevé la música por el mundo, me di el gustazo de cantar en la casa de Serrat, toqué con Santana en México, pude actuar con la Negra Sosa y ver al Papa Francisco. Estoy satisfecha.

¿Podés controlar que el ego no se vaya por las nubes?
¿¡Controlar!? Con un marido y una familia como los míos, no hay posibilidad de ego. Termino esta nota y me voy al súper, llego a casa, me pongo el delantal, las chancletas, pongo el lavarropas y luego a cocinar. La vida de cualquier madre.

¿No te bajonea no tener hoy el éxito del pasado?
Nooo. Hoy, con 34 años no me puedo bajonear por eso. Me pasaba a los 20, ya no…

En 2001, cuando tenías esa edad, decías que cuando uno “deja de ser novedad, hay que renovarse y fabricar otra novedad”.
Pienso lo mismo. Hay que renovarse, en eso ando. El artista popular tiene que innovar para mantenerse, porque el público siempre pide y merece más

“ESTOY CON EL HOMBRE MAS LINDO”
En abril de 2007, luego de siete años de noviazgo, Soledad y Jeremías Audoglio, que se conocieron en el colegio secundario, se casaron en Arequito.
¿Cuál es la fórmula para, siendo tan joven, estar tantos años con alguien, como es el caso tuyo con tu esposo Jeremías?
Por empezar, seguimos enamorados. A partir de ahí la cosa es más fácil. Después, tenemos una relación sólida basada en el respeto y la libertad. Mi marido mira a otras chicas y está bien, no pasa nada. Y yo lo mismo. Hay confianza.
¿Y qué te pasa a vos cuando ves a otros pibes?

Miro, comparo, y llego a la misma conclusión: estoy con el más lindo.

Fuente: RumbosDigital

Por: Javiar Firpo
Fotos: Francisco Trombetta

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